CAYÓ LA SANGRE AQUÍ
Por CARLOS SANTIBÁÑEZ ANDONEGUI
Cayó la sangre aquí, la generosa
sangre vertida en aras del decoro,
pero, al brotar, tornóse luminosa,
y al recibir del sol la flecha de oro
cada gota de sangre, se hizo rosa.
(Luis G. Urbina,
En el bosque sagrado)
Para Cristina de la Concha
México, país de apariciones y nostalgias, ha
ido reconstruyendo su pasado en las últimas décadas. Ahí está ya a la vista,
templado y fuerte, el Templo Mayor. Los mexicanos hemos ido recuperando
nuestro pasado en los últimos años. Por cantidad de estudios que lo relatan,
el mundo azteca o el mundo maya se encuentra más cerca que lo que podía
estar hace treinta años.
Ya decía Arqueles Vela, que el descubrimiento
de las pinturas de Bonampak, había confirmado la teoría sobre la estructura
social de la cultura maya, enunciada desde 1936. “Las manifestaciones
artísticas mexicanas maya y azteca, como todas las producidas por una
organización de tipo feudal, son representativas y frontales; imperativas y
solemnes; sublimes y rituales”. El mismo Arqueles Vela reconoce décadas más
tarde, que esta hipótesis, “que entonces tenía un mero valor literario
porque establecía una teorética opuesta al conocimiento sobre el antiguo
México, considerado generalmente como cultura primitiva, tiene hoy en día un
valor científico al constatar que en el curso de la historia, el proceso
artístico revela el desenvolvimiento de los sentimientos y de las ideas de
todo grupo social. (1)
Se ha resaltado en los murales de Bonampak, el
predominio de la figura humana que se yergue con la actitud solemne e
imperativa; el gesto sublime y ritual, y la tonalidad heroica de la Ilíada.
(2)
También el novelista Agustín Yáñez,
impresionado por la belleza de los murales, y emulando el muralismo de
Rivera, Orozco y Siqueiros, como exponente de los valores de nuestra
nacionalidad, trató de cimentar su arte en lo que él denominó el muralismo
literario.
La auténtica grandeza de México se ha plasmado
en el arte, en la pintura y en la novela. La novela de la Revolución es
quien en verdad traduce de la que Yáñez ofrece un claro ejemplo, Al filo
del agua, aunque ya posterior en tiempo pero que recrea el clima del
levantamiento que cifró al pueblo en los principios del siglo XX, tanto como
La sombra del caudillo, de Martín Luis Guzmán, o Los de abajo,
de Mariano Azuela. “La moral de un pueblo es su fuerza invencible”, decía
Agustín Yáñez. (3)
Si el México de la Colonia había perdurado por
siglos, propalando la dominación hegemónica de quienes ejercieron el poder
militar y también el dominio ideológico y cultural, la guerra de
Independencia permitió un replanteamiento de aquel estado de cosas. Un
novelista preclaro, como José Joaquín Fernández de Lizardi, tuvo claro el
cambio de rumbo y por eso asumió la responsabilidad de orientar la opinión
pública en los momentos cruciales del parto de una nueva época, escribiendo
a caballo entre dos siglos su popular novela El Periquillo Sarniento,
donde expresa “Nadie crea que es suyo el retrato”, pero al final nos
retratamos todos, los pobres, los ricos, los escritores, los maestros y los
que vendrían después, al amparo del pensamiento liberal que arrancando desde
las trincheras de la Revolución francesa y pasando por el ansia de libertad
de las trece colonias norteamericanas, impregnaría el pensamiento moderno a
través de obras como la del Espíritu de la Ley de Montesquieu o el Contrato
Social de Rousseau, que plantean que el hombre es libre y no obstante en
todas partes está encadenado, y que la sociedad necesita para pasar del
estado de naturaleza al estado de civilidad, celebrar un pacto.
Un pacto a partir del cual delega en sus
representantes la facultad de hacer leyes que la dirijan, que la limiten y
hagan prosperar, y estas ideas liberales, fueron desarrolladas en México,
después de que los documentos de la guerra de Independencia plasmaron en un
primer momento lo que sería la base de la nueva situación social del
mexicano ya como nación independiente, cuando menos en el terreno económico
y político, de España. Destaca el libro llamado Los Sentimientos de la
Nación, de José María Morelos y Pavón.
Más adelante, las obras de José María Luis
Mora, el pensamiento de Lafragua y otros, prepararon el camino para adaptar
el contenido liberal a nuestro México, y eso se reflejó en autores como el
también licenciado en Derecho Ignacio Ramírez El Nigromante, tradicionalista
en la forma, mas revolucionario en la acción y vida. Afianzó logros en el
deslinde de lo religioso y lo social, militó al lado de un mexicano ejemplar
que no podemos dejar de mencionar cuando se trata de comentar lo que ha sido
nuestro país, que es Benito Juárez, el Benemérito quien fundado en un
razonamiento de Kant, encuentra un camino de verdad política en aquel
postulado kantiano que pregonaba que el respeto al derecho ajeno es la paz
en las naciones, y Juárez procuró hacerlo verdad en el plano individual.
Por un ideal, nunca como en tiempo de Juárez
se hizo presente, que valía la pena luchar, vivir, y en dado caso, morir.
“Los hombres no son nada. Los principios lo son todo”. Interesante es el
caso del escritor José María Roa Bárcena, que alcanzó a entrar a los
primeros años del siglo XX pero no vio el estallido revolucionario y para él
fue mejor, porque no simpatizaba con las ideas liberales, sino que llegó a
apoyar el intervencionismo de Maximiliano, pero también, y aquí hay algo
insólito, se sublevó contra él cuando sintió que los actos del supuesto
emperador no correspondían, ya no al pensamiento liberal o al plan general
de nación independiente de México, sino al propio espíritu conservador que
anima a la reacción. Su caso me hace recordar algunos impulsos honestos
habidos en el gobierno de Maximiliano como el del jurista Teodosio Lares,
que realizó una ley de lo Contencioso Administrativo que sirvió de modelo
pero jamás llegó a implantarse en México, y aquí llegamos a un tema, todavía
más intenso dentro del maremágnum de componentes que integran esta
nacionalidad. Se hacen buenos estudios, se planea y se proyecta pero las
decisiones tomadas en la cúpula se estrellan al llegar a las bases.
Fue precisamente el problema del porfiriato,
en que después de tanto lucimiento de la ciencia, auténtico y estratégico
pues recordemos que a sus colaboradores se les hacía llamar “los
científicos”, todo quedó igual o peor, las buenas intenciones se van a los
museos y en la realidad se esparce la miseria y el hambre, como en aquella
rosa poética que intuyera el poeta Fernando Calderón:
Estás condenada/ a eterna soledad y amargo lloro.
La historia de México ha dado tales giros
después de este poema que él dedica A una rosa marchita, que moverían
a pensar que el poema ya quedó atrás. Los valores poéticos del modernismo
todavía ni siquiera se preparaban a arrancar. Faltaba por venir la lucha
revolucionaria en que un Flores Magón apostrofara: “Somos la plebe rebelde
al yugo, somos la plebe de Espartaco, la plebe que con Munzer proclama la
igualdad, la plebe que con Camilo Desmoulins aplasta la Bastilla, la plebe
que con Hidalgo incendia Granaditas; somos la plebe que con Juárez sostiene
la reforma”. (4) No tan lejos de ahí, la audacia de un Zapata contestaría a
Madero cuando le proponía en un telegrama un salvoconducto para abandonar el
país al triunfo de la revolución maderista: “Mi integérrimo general. Yo no
estimo los triunfos a medias, los triunfos, en que los derrotados son los
que ganan…” Y la traición de Huerta habría de llegar…
Faltaba oír en este escenario, la voz de
Vicente Lombardo Toledano: “Nuestro país, al fin Colonia, no sólo ha sido un
país de caudillos y de caciques, sino que ha sido un país de gente que en
cuanto vive en el privilegio, cierra las puertas a otros por temor a
compartir el pan con los demás… (5)
Se haría un silencio total para escuchar al
otro Octavio Paz, al que sí hay motivos de loa para celebrar, pero que nunca
sale en los homenajes. Aquel que dijo: “La matanza de Tlatelolco nos revela
que un pasado que creíamos enterrado está vivo, e irrumpe entre nosotros.
Cada vez que aparece en público, se presenta enmascarado y armado; no
sabemos quién es, excepto que es destrucción y venganza”. (6)
Y cuántas, cuántas voces quedarían por reseñar
aquí. A partir de aquellas que resonaron sólo al interior del Congreso
Constituyente de 1917 para plasmarse en la Asamblea Constituyente de
Querétaro, donde se irguieron como reclamo social hasta plasmarse en nuestra
Carta Fundamental en calidad de artículos que consagran en su primera
parte, llamada dogmática, las garantías individuales y después las sociales,
esa Constitución de avanzada en su tiempo, en que la soberanía emana del
pueblo y se instituye para beneficio de éste, y se ejerce por un gobierno
electo democráticamente, bien, pues en esos avatares en que la democracia ha
ido para acá y para allá, y hemos tenido un volar al sueño, al ideal de que
todo iba a cambiar, y el cambio sería HOY, HOY, un volar a la esperanza de
que todo mejoraría con una guerra tristemente llamada del narco, en la que
como en toda guerra a fin de cuentas nadie sabe para quién pelea, pero se ha
reafirmado con la vuelta priísta, el ejercicio de una soberanía por el
pueblo, la noción de que a fin de cuentas el protagonista cuando menos en
teoría, de esta historia y esta CONSTITUCIÓN es el pueblo, y sin embargo
sale uno a la calle y en tantos rostros ajados y contritos, en tantas
ilusiones defraudadas, familias desunidas, disfuncionales, niños de la
calle, abusos de todo tipo, intelectuales desapartados, poetas proscritos y
un enorme misterio ante la poca concentración del poder y del dinero en unos
cuantos, hoy como entonces puede uno leer aquel poema del soldado Fernando
Calderón A una Rosa marchita y aplicarlo a las características
actuales, a las víctimas de la parte amarga del sistema de este México
triste, ahora ya compuesto hasta con tantas promociones turísticas, con el
advenimiento de la fortuna más grande del mundo, con la apertura de las
televisoras que abrazan en teoría la competencia y el entusiasmo de la libre
empresa. Sin embargo, uno puede, y aquí duele lo que voy a decir, puede leer
claramente en todos y cada uno de los rostros que encuadran esta historia,
el valiente poema del soldado inmortal:
¡Ven, ven, oh triste
rosa!
Si es mi suerte a la
tuya semejante,
Burlemos su porfía.
Ven, todas mis caricias
serán tuyas,
y tu última fragancia,
será mía.
1.
Arqueles Vela, Fundamentos de la literatura mexicana,
Editorial Patria, México, 1966, p. 7 ss.
2.
Loc.cit.
3.
Agustín Yáñez, Discurso pronunciado en IPN, el 3 de febrero de 1966,
Discursos al servicio de la Educación Pública, SEP, México, 1966.
4.
Ricardo Flores Magón, núm. 5 de Regeneración, oct. 1, 1910
5.
Vicente Lombardo Toledano, Discurso pronunciado en ciudad de México,
el 15 de abril de 1939, La juventud y el mundo, Partido Popular
Socialista, México, 1980.
6.
Octavio Paz, “Olimpiadas y Tlatelolco”, del libro Posdata,
Ed. Era, 1972.
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